jueves, 15 de diciembre de 2016

El Tour de Francia, la carrera más grande del mundo...

Hay una frase que se dice mucho en el mundo del ciclismo: "El Tour de Francia es la carrera más grande del mundo y el Giro de Italia es la más bonita". Estoy bastante de acuerdo con ella.
Yo creo que al aficionado del ciclismo el Giro le parece una carrera espectacular pero el Tour tiene algo que no tiene ninguna otra carrera. Solo hay que ver en la televisión como en Francia, en julio, gente a la que no le importa mucho el ciclismo sale a las calles. Los pueblos están a tope de gente, ponen sus pancartas, hacen sus montajes con los tractores. Es un fenómeno social más allá del deporte. En Francia lo cuidan mucho casi como una seña de identidad nacional. Y creo que tiene que ver con esa tradición, con esa historia de más de cien años, de ser la primera gran vuelta que se inventó. Cultivan mucho la leyenda, te cuentan las historias de hace ochenta años, les gusta mucho cultivar mucho esa leyenda un poco melancólica.
Nos gusta el Tour porque es violento e inabordable, y vapulea con la mano abierta a los ciclistas. Su creador, Henri Desgrande, bien pudiera haber sido el director de Saw.
Nos gusta porque los ciclistas utilizan ese castigo para jugar a ser felices. Cuanto más épica es la etapa, más felicidad hay en sus cuerpos agotados.
Nos gusta porque en las carreteras todavía aparece de vez en cuando una pintada a favor de Perico. Los aficionados españoles, gran mayoría de vascos, abarrotaban las cunetas de los Pirineos.
Nos gusta porque cuando pasen cien años y nadie hable de Thierry Marie, Ángel Arroyo, Dimitri Konyshev, Raymund Dietzen, o Eddy Planckaert, nosotros los recordaremos, porque son parte importante de la historia, como tantos otros.
Nos gusta porque el pelotón acepta que esta carrera es inaccesible y sin embargo se decide cada año a correrla. El prestigio que da el Tour, no lo da ninguna otra prueba.
Nos gusta porque vimos subir a Pantani, del que nos enamoramos perdidamente por el estilo con que se aferraba al manillar cuando atacaba. Nos dejó demasiado pronto, pero su figura, aún perdura.
Nos gusta porque el corredor utiliza esa multitud que lo rodea en el Peyresourde, el Aubisque o el Alpe D' Huez, para estar solo, con la mirada puesta en la línea de meta.
Nos gusta porque cada día, cuando finaliza la etapa, al corredor sólo le cabe hacer una cosa, rehacerse, y es imposible, pero sucede. Bien dicho aquello de que son de otra pasta.
Nos gusta porque vimos ganar a Indurain en Cauterets. Sus cronos eran de poder absoluto (Luxemburgo, Bergerac, Blois, Seraing...), y por lo que a mi respecta, empecé a comprender lo que significaba la palabra 'ídolo'.
Nos gusta porque cuando la carrera está ganada, a veces se pierde. Que se lo digan a Laurent Fignon, que en paz descanse, el cual corría con gafas graduadas, como si diese clases de metafísica.
Nos gusta porque se nos sale el corazón esperando los tiempos intermedios en la contrarreloj. Como se echa de menos esas cronos superiores a 50 kilómetros!
Nos gusta porque es como vivir sin estar preparado para la vida, improvisando sobre la marcha, a ver qué sale.
Nos gusta porque crecimos con la voz de Pedro González, que en paz descanse, y si cerramos los ojos todavía oímos sus retransmisiones, y entretanto el verano transcurre lentamente.
Nos gusta el Tour porque entre la felicidad que nos proporcionaba Induráin, encontrábamos un resquicio para gritar, en silencio, "Vamos Chiappucci!!!”.
Nos gusta porque al acabar la etapa salíamos a correr en nuestras bicicletas y los amigos gritaban “yo soy Rominger”, “yo soy Bugno”, y nosotros, que éramos más listos, decidíamos que éramos Eduardo Chozas, o Miguel Induráin, o Pedro Delgado, o incluso Lale Cubino.
Nos gusta porque cuando el ciclista se cae, y se rompe, se levanta sin arañazos. Es algo increíble, aquí no hay 'piscinazos' como en el fútbol.
Nos gusta porque en 1951, tras 140 kilómetros en solitario, Koblet se presentó en meta, sacó su peine, se acicaló y ganó. El ciclista tenía tiempo para lo menos importante.
Nos gusta porque es la mejor película de la historia del cine. Basado en hechos reales.
Nos gusta, porque aunque quisimos matar a Perico en aquel maldito prólogo, aprendimos geografía.
Nos gusta porque le vimos ganar un Giro a Chioccioli destrozando a sus rivales y creímos que podría hacer lo mismo en Francia. Pero Francia se le atragantó.
Nos gusta porque un día Greg Lemond irrumpió en una contrarreloj con un manillar de triatleta, y menuda la que lió por París.
Nos gusta porque antes se corría con visera, y si tenías clase, la ponías del revés, y sus leyendas son de mármol, como el Miguel Ángel.
Nos gusta porque cuando se acaba nos deja en la miseria, y contamos los días que faltan para que una nueva edición comience.
En definitiva, nos pone el Tour.

Manuel Pérez Aguirre.

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