En la historia del Tour, solo Merckx (111 veces), Armstrong, el proscrito de los siete Tours borrados (83), e Hinault (79) han estado más tiempo de amarillo que Indurain, quien lo vistió 60 días y ganó cinco Tours seguidos, de 1991 a 1995. Froome se ha quedado en 59; Anquetil llegó a 52.
A Indurain, navarro del 64, le dicen extraterrestre con admiración y con cierto punto de fastidio. Rompió el molde y acabó con los tópicos que querían que el ciclista español fuera escuálido, renegrido y escalador. Y el Indurain íntimo, tan silencioso sobre su vida, tan pudoroso con sus sentimientos, tampoco cuadra con lo que se espera de un deportista. Los que han vivido a su lado coinciden en que el día que más feliz le han visto ha sido el viernes 19 de julio de 1991, cuando subió al podio de Val Louron después de una etapa de 234 kilómetros en los Pirineos, un ataque en el Tourmalet y un descenso y una colaboración con Chiappucci —para ti, la etapa, le dijo al italiano como Bahamontes a Gaul, para mí el amarillo—, tiró la gorra de Banesto al aire y, para pasmo y consternación de José Miguel Echávarri, se caló una del Crédit Lyonnais, amarilla, a juego con el primer maillot amarillo de su vida. Y los ojos le chispeaban. Después, como líder que era, voló al hotel en helicóptero, sin los atascos que castigaron a los demás. Y él, años después, resume así, frío y funcionarial, ese momento: “Los 60 maillots tienen su valor porque significan que has estado siempre delante, has superado muchas adversidades y no has tenido mala suerte. Y eso es muy difícil conseguirlo. Guardo con especial recuerdo el de Val Louron porque fue el primero y porque significa que por fin consigues algo que llevas buscando mucho tiempo, y el de París del 91 porque ese día haces realidad un sueño que tienes desde niño al ganar el Tour”.
Fuente: diario El País
Por Manuel Aguirre (c) 2019
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