Traducción de un relato publicado en 1974 en el libro de Theo Mathy “Les Geants du Cyclisme Belge” (“Los Gigantes del Ciclismo Belga”).
En cabeza, está en cabeza después de más de 150 kilómetros.
Hace una hora que dejó plantado, sin darse cuenta, en una pequeña subida, a su amigo y único compañero, Jules Van Hevel.
Va el primero. Y Georges Ronsse, por lo tanto, es un corredor perdido. No tiene referencias de ningún tipo. ¿Cuántos kilómetros faltan para meta? ¿Cuál es su ventaja? ¿Quiénes son los hombres que lo persiguen? Nada. No sabe absolutamente nada.
Es como si corriera en pleno desierto. Casi no hay espectadores, no hay seguidores. Y en los raros vehículos que lo han adelantado, gente que él no conoce. Sin embargo, ha reconocido a una persona, en un coche. Un alemán. Le ha gritado "Wiewiel?" ("¿Cuánto?"). Le responde "Eine stunde". Una hora? Eso no me dice nada. A menos que falte una hora para la llegada...
¿Dónde nos encontramos? Cerca de Budapest, el 16 de agosto de 1928, en plena canícula, en medio de la final del campeonato del mundo de profesionales. Es la segunda edición de la carrera, inaugurada el año anterior en Nurburgring por el italiano Alfredo Binda.
Georges Ronsse vuelve la mirada hacia atrás. Y ve, de repente, trescientos metros por detrás de él, a un corredor con un maillot azul. - "Un italiano" - dice para sí mismo - "Binda, evidentemente. O Girardengo! De cualquier manera, maldita sea, estoy perdido. Después de tanto tiempo tirando..."
Sin embargo, sigue rodando. Y vuelve a retornar la mirada. Constata que el corredor que le persigue no gana terreno. A George Ronsse le llega un pensamiento como un relámpago: - Después de todo, viene de producir un esfuerzo. Posiblemente él también estará fatigado. Le voy a enseñar que si quiere ser campeón del mundo, antes tendrá que emplearse a fondo para vencerme.
Y Ronsse se inclina un poco más sobre su bicicleta. Se lanza en la batalla con sus últimas reservas. Su estilo ya no tiene nada de elegante, sus piernas ya no se mueven como una pieza mecánica bien engrasada. No se atreve a volverse. Tiene sed. Sufre. Siente dolor en las piernas, en los brazos, espalda, por todo el cuerpo. Pero sigue luchando. - "Hasta el final", se dice a sí mismo, "iré hasta el final".
Nadie lo alcanza. Es el ganador. Y se derrumba, una vez rebasada la línea de meta, en los brazos de un comisario.
El nuevo campeón del mundo se despierta en la habitación del hotel. La cortina está bajada. Jef Dervaes, uno de los tres belgas que han participado en la carrera, entra y se acerca a la cama de su amigo.
Georges le pregunta:
- ¿Como he podido resistir a Binda?
- Binda, ¿pero quién habla de él? Si ha abandonado.
- Entonces era Girardengo.
- Tampoco ha terminado.
- Entonces quién era ese italiano que me perseguía a 300 metros?
- No había ningún italiano. No había nadie. Estabas solo. Has ganado con 19 minutos de ventaja sobre el alemán Nebe.
Georges no entiende nada.
- ¡Pero si había un corredor persiguiéndome!
- ¡Ah, ese! No era un corredor, sino un acompañante, con un bidón. Quería darte agua, pero no logró alcanzarte...
Campeonato del Mundo Ruta – 1928
1. Georges Ronsse (Belgica) 191,7 Km en 6h20’10” (30,26 Km/h)
2. Herbert Nebe (Alemania) a 19’43”
3. Bruno Wolke (Alemania) m.t.
4. Joseph Dervaes (Belgica) a 36’13”
5. Walter Cap (Austria) m.t.
6. Max Bulla (Austria) m.t.
7. Otto Cap (Austria) m.t.
8. Ferdinand Le Drogo (Francia) a 42’26”
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