martes, 19 de septiembre de 2017

Vuelta a España 1999. Etapa Barcelona - Barcelona


Hoy hace 19 años de esta victoria del italiano Fabio Roscioli, y así lo contaba el diario El País:
"La Vuelta vivió una jornada verbenera, caótica y desastrosa, a cuenta del circuito urbano diseñado en Barcelona como sede de la 14ª etapa. El circuito se modificó por la mañana, los corredores hicieron huelga en plena actitud asamblearia, pasando de sindicatos y directores, la organización cambió de opinión varias veces y, finalmente, dos ciclistas escaparon del pelotón en la última vuelta para hacer una pantomima. Está claro que el ciclismo es una fuente permanente de conflictos. Ganó el italiano Roscioli, el corredor que ha intervenido en más escapadas. Roscioli escapó, junto al italiano Lelli (Cofidis), cuando sus compañeros se habían parado, escapada noble donde las haya. La situación llegó a tal confusión que, en medio del recorrido, se decidió que la etapa tenía que acabar a las cinco y cuarto. La causa de todo el conflicto venía de lejos: la organización sabía que el descenso de Montjuïch era considerado muy peligroso por el sindicato de ciclistas, sobre todo si se presentaba la lluvia. A las doce del mediodía, un fuerte aguacero anunciaba que la jornada no acabaría bien. Enrique Franco, presidente de Unipublic, sociedad organizadora de la Vuelta, conocía las quejas del sindicato español de ciclistas por el trazado de la etapa. Estaba diseñada como un circuito de 18 kilómetros al que se darían ocho vueltas, circuito que preveía subir a Montjuïc. El descenso se practicaba por la vertiente más empinada, con porcentajes de hasta el 13% y curvas cerradas. El sindicato, a la vista de anteriores problemas (en 1995 ya hubo una amenaza de plante en la Vuelta, los corredores dieron tres vueltas a ritmo lento en señal de protesta por las caídas y luego se reanudó la etapa, con victoria de Jalabert) recomendaba modificar el itinerario; entendían los corredores que el exceso de pasos de cebra y el aceite que desprenden los coches podían convertir el asfalto en una pista de patinaje. La organización no tomó ninguna decisión al respecto y dejó pasar el tiempo, confiada en que no pasaría nada. Sin embargo, la presencia en Barcelona, la noche del sábado, de José Rodríguez, presidente del sindicato español de corredores, y de Francesco Moser, presidente del sindicato internacional, dispararon muchos rumores. Se sabía en el seno de algunos equipos que la jornada iba a ser complicada. El parte meteorológico anunciaba lluvia y fuertes tormentas en Barcelona para el domingo. Pero se dejó pasar el tiempo.Por la mañana, parecía demasiado tarde para evitar el conflicto. Algunos directores llamaron a la organización para argumentar que la etapa era muy peligrosa. Debía suspenderse. Empezaron las presiones. Otros, como es el caso de Álvaro Pino, estaban dispuestos a disputarla de cualquier manera. Pino quería armarla en Barcelona el domingo, sabedor de la dureza del recorrido. Cada cual actuó por su cuenta y alentó a sus corredores. Los Banesto, por ejemplo, tenían la consigna de ir con la mayoría. Manolo Saiz, presidente de la asociación de equipos, era partidario de anular la etapa, pero estaba visiblemente afectado por la retirada de Olano. No era el Manolo Saiz emprendedor de otras fechas. El tiempo pasaba, cada cual estaba en su hotel, y la lluvia se presentaba en Barcelona.
A las doce de la mañana (la etapa debía comenzar a las 13.30 horas), Víctor Cordero, director deportivo de la Vuelta, se reunía bajo una carpa de la línea de salida con sus colaboradores para improvisar un nuevo trazado. Cordero decidía quitar del recorrido tanto la subida como el descenso a Montjuïc. Para igualar el kilometraje previsto, la etapa daría diez vueltas en lugar de ocho, para sumar 135,8 kilómetros (en lugar de los 141 previstos inicialmente). Finalmente, no se cumplió ni el plan A ni el plan B: la etapa se celebró sobre un recorrido de 94,4 kilómetros. Tampoco la etapa acabó sobre las cinco y cuarto, sino antes de las cinco.
La lluvia y los rumores de una suspensión motivaron que algunos voluntarios puestos a disposición de la organización por el Ayuntamiento de Barcelona, abandonaran sus puestos. Los directores y sus equipos llegaban a la línea de salida y trataban de informarse de las decisiones que adoptaba la organización. No hubo reunión alguna, sino meras comunicaciones verbales que se iban pasando de uno a otro. Todos se fueron a los coches y se situaron en posición de arrancar; los corredores se agruparon tras la pancarta de salida. Tampoco estaba muy claro si se cumpliría con el horario de partida. Pasó el tiempo y el pelotón no arrancaba. "Hay problemas", dijo de pronto José Luis López Cerrón, segundo de a bordo del Vitalicio, advertido por un corredor, "el pelotón no quiere salir".
Piepoli (Banesto) y Wust (Festina) actuaron como portavoces en la asamblea improvisada al efecto: no se toma la salida si no queda claro que la etapa no cuenta para la general. Llegan las discusiones (muchas de ellas retransmitidas en directo por todas las emisoras presentes), el jaleo, la tensión propia entre quienes dicen a voz en grito "¡se dé la salida!" y quienes gesticulan que no se mueven de su sitio. José Rodríguez, el presidente del sindicato español, pide que se tome la salida y que le den un coche para ir negociando con los ciclistas, pero nadie le hace caso, ni organizadores, ni ciclistas. Moser, el presidente de la internacional, no puede alcanzar la salida porque la policía se lo impide (no está acreditado por la organización). Algunos directores intervienen, otros callan. El desorden es mayúsculo. Finalmente, se toma la salida sin acuerdo alguno. Nadie sabe si la etapa cuenta para la general o no.
El pelotón camina despacio en señal de protesta y decide parar en la meta a la quinta vuelta al circuito. Unos quieren parar y otros no (públicamente, los Mapei y el Fuenlabrada, equipo propiedad de la sociedad organizadora de la Vuelta). Los ciclistas paran, pero otros no hacen caso y avanzan. No hay unanimidad. En esas, Miguel Moreno, director del Amica Chips, habla al oído con Roscioli. Y Roscioli se va escapado. Le reciben en la meta con gran jolgorio los auxiliares del equipo una vez proclamado vencedor de la etapa fantasma, pero el público, visiblemente molesto por todo lo que veía a su alrededor, no discrimina y abuchea a todos los presentes. La sensación de bochorno es general. Para remate, Marcel Wust dice en la meta que no era un cabecilla de la rebelión: "Hice de portavoz sólo porque domino varios idiomas" (Wust habla español, alemán, inglés y francés). Tal fue la etapa tonta de esta Vuelta."

Fabio Roscioli

Fuente: Diario "El País"

Por Manuel Aguirre


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