viernes, 6 de abril de 2018

MIGUEL POBLET


Hoy hace 5 años que murió Miguel Poblet.

Miguel Poblet, predestinado, el primer gran Miguel del ciclismo español, el primero al que se apodó ‘Mig’, como los cazas soviéticos, por su velocidad, nació en un taller de bicicletas, hijo de un padre obsesionado con el ciclismo que quería que su hijo fuera el mejor escalador del mundo. Le obligaba a subir todos los días del año una cuesta de 300 metros y tremendo porcentaje en las afueras de Montcada, así que Miguel se hizo escalador, pese a su físico, de imponente musculatura, compacta y dura. Antes que ‘pistard’, que esprínter, que rodador, Miguel Poblet se acostumbró a ganar campeonatos de España de montaña. Simplemente, llevaba la contraria a la física. Y si no consiguió ser futbolista, tampoco se transformó en sufrido escalador como sus antecesores Cañardo, Trueba y Berrendero. Poblet fue un niño prodigio al que hubo que falsificar la licencia –adelantar a 1926 su año de nacimiento, que en realidad fue 1928, el 18 de marzo—porque a los 16 años ya se le había quedado pequeño su mundo y sólo podían tener categoría de aspirantes quienes hubieran cumplido los 18. Poco después empezó a ser conocido, a ser reverenciado también, como el ‘bebé de Montcada’.

Poblet fue el cuarto hombre del ciclismo español de los años 50, el del renacimiento. Estaban entonces Bernardo Ruiz, que ganó etapas y subió al podio del Tour de Coppi en el 52; estaba Loroño, el ídolo vasco; estaba, sobre todos, Federico Bahamontes, del 28 como Poblet, el primer español que ganó el Tour; y estaba Poblet, que no se parecía a ninguno, que no era escalador, como la raza exigía, sino ‘sprinter’ y calvo. “Un fenómeno que nació para ganar”, dice Bernardo Ruiz, tres años mayor y aún sano y fuerte en Orihuela, en su casino, en sus tertulias, que rompe a llorar casi cuando recibe la noticia, recita la lista de equipos en que coincidieron, UD Sans, Faema, Ignis, y recuerda que se casaron casi el mismo día y que hicieron el viaje de novios juntos, Bernardo y su Margarita, Miguel y su Rosita, por Granada, Murcia, Sevilla, Madrid y hasta Barcelona. “Y eso de que no era escalador, vamos a dejarlo: ganó tres campeonatos de España de montaña y hasta coronó un año el primero el Tourmalet… Lo que pasa es que solo se prodigaba para ganar etapas”.

Etapas ganaba como quería. De Peter Sagan, el fenómeno de ahora, se hablaba y no se paraba el pasado Tour porque en su debut había ganado la primera etapa. Y eso fue justamente lo mismo que hizo Poblet en el Tour de 1955: ganó la primera etapa, la de su debut en la ‘grande boucle’, y se convirtió en el primer español que en la historia vistió el ‘maillot’ amarillo (una prenda de lana finísima que guardaba apolillada en una caja en su tienda de bicicletas Poblet); y por si fuera poco, ganó también la última, en el velódromo del Parque de los Príncipes de París. Triunfó en Francia –su primer gran equipo, en 1954, fue La Perle de Francis Pélissier y el imberbe Jacques Anquetil--, pero la verdadera patria ciclista de Poblet, donde fue más querido y más conocido incluso que en España, más valorado, fue Italia. Después de un par de años en el Faema español de Miguel Torelló y Botella, Ruiz, Serra, Gual, Gelabert, Capó…, Poblet emigró a Italia en 1957, al Ignis de Varese, que no solo era un equipo de baloncesto sino algunos años un gran equipo ciclista con camiseta amarilla y corredores como Poblet –apodado entonces el divino calvo y también ‘la flecha amarilla’-- y Ercole Baldini. Allí Poblet logró la amistad máxima del dueño de la empresa, il commendatore Giovanni Borghi, un Lancia descapotable, un frigorífico eléctrico Ignis (uno de los primeros modelos que llegaron a España, la España de los años 50, de antes del desarrollismo), dos Milán-San Remo y el amor de la afición italiana, a la que regaló 20 victorias en sus seis participaciones en el Giro (y alguna ‘maglia’ rosa, y un sexto puesto final en tres ocasiones) e incontables duelos con los grandes de la época, con los dos Rik, Van Steenbergen y Van Looy, con Darrigade…

Contra ellos peleaba en desigualdad de fuerzas, como Freire 40 años después. Los dos belgas, sobre todo, eran ‘sprinters’ de tren, que necesitaban compañeros y espacio para alcanzar la máxima velocidad. Poblet, a su lado, era un gato, sin equipo se infiltraba, se pegaba a su rueda, les saltaba sobre la línea con su inigualable golpe de riñones y el brazo derecho al aire. Y esos eran los consejos que le daba a Freire: no te dejes ver hasta el momento decisivo, escóndete, que no te dé el aire, calcula tu distancia, que nunca te vean los rivales hasta que seas inevitable…

Y Poblet casi siempre llegaba a tiempo para levantar el pecho y bajar los riñones moviendo como un molinillo –virtud técnica que le enseñó su entrenador particular, masajista y dietista, Joaquín Rubio— un tremendo desarrollo (52/14) en los últimos metros. Y si no, se quedaba muy cerca, como los 10 centímetros que le faltaron en el velódromo de Roubaix para adelantar a Léon van Daele en el final de la París-Roubaix del 58 –la preparó en las calles de Barcelona, entonces empedradas-, la vez que más cerca ha estado un español, con permiso de Flecha, de ganar el ‘infierno del Norte’.

Y Poblet fue hombre Ignis toda la vida, pues cuando se cansó de pedalear se llevó de Varese a Barcelona un camión lleno de neveras y lavadoras Ignis que vendió en un santiamén, y tantos camiones y tan bien vendía que acabó montando una fábrica. “Por entonces”, recuerda Bernardo Ruiz, el primero también que le animó a irse a Italia, “los ciclistas éramos jornaleros que solo empezábamos a ganar dinero cuando nos retirábamos. Y así le pasó a Poblet”.

Fuente: diario El País.

Por Manuel Pérez Aguirre (c)


Miguel Poblet


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