viernes, 25 de octubre de 2019

El «Merckxismo»


Sabrina Merckx nació pese a su padre el 15 de julio de 1969. Claudine, la madre, rompió aguas mientras el padre, el aún joven Eddy Merckx, disputaba la etapa del Tourmalet y el Aubisque. Llamó de urgencia al ginecólogo y no contestó. Nadie estaba esa tarde en Bélgica. Hacía treinta años, desde la lejana victoria de Maes, que el país no ganaba el Tour. El médico no cogía el teléfono. Estaba, como todos, pendiente del padre de Sabrina. Devotos ya del de una religión que nació también ese mismo día: el «Merckxismo». Nadie esperaba que el líder, de apenas 24 años, se fugara en solitario durante 140 kilómetros pirenaicos.

Ni el propio Merckx, como él mismo reconoce, volvió nunca a ser tan poderoso: «Ese año, en septiembre, sufrí una caída en Blois y me lastimé la espalda. Todavía me da molestias. Quizá por eso y aunque gané otros cuatro Tours, jamás me sentí tan fuerte». Palabra de ciclista total, hombre orquesta: 525 victorias, cinco Tours, cinco Giros, una Vuelta, el récord de la hora y más de treinta clásicas. Campeón global. Dios del «Merckxismo», de la religión escrita en un recorrido similar al que hoy pisa el Tour.

El Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque. Y la meta se alarga hasta Mourenx, a más de 70 kilómetros del Aubisque. Demasiado lejos, dicen todos. Hasta piensan en un sprint. No sabían lo sucedido la noche anterior. Uno de los gregarios de Merckx, Martin Vandenbossche, anunció que se iba, que dejaba el equipo Faema. Merckx era un talento creciente: un año antes había destrozado a Felice Gimondi en el Giro, en Las Tres Cimas de Lavaredo. El Tour era la siguiente escala en su leyenda. No quería pegas. Vandenbossche pecó. Y lo pagó el día que nació Sabrina. Su padre andaba rabioso. Antes de salir dejó dicho: «Cuando los demás lleguen a Mourenx yo ya me habré duchado».

El sol aplastaba Francia. Joaquín Galera coronó el Peyresourde y el Aspin. Merckx dejaba hacer. Mediado el Tourmalet, a su lado sólo quedaban Agostinho, Van Impe, Pingeon, Gandarias y Vandenbossche. Vista la calma, Vandenbossche salió a por su instante de gloria. Quería coronar el mito, el Tourmalet. Ahí, en ese trozo de asfalto que hoy rotulará el Tour, surgió la figura más elevada de Eddy Merckx. Quedó para siempre asociado a ese paisaje. Atrapó a Vandenbossche y pasó primero la cima. Le pisoteó como a una colilla.

Y entonces sucedió la locura. Merckx no paró. Algo instintivo. No necesitaba más tiempo. Tenía el Tour en la mano. ¿Por qué lanzarse a un desafío inhumano? 140 kilómetros hasta la meta, con el Aubisque incluido. Porque sí. Porque era Eddy Merckx y quería dejar allí un eco eterno. Que lo cuenten siempre. Esa es la esencia del ciclismo. El belga ingresó en la historia de los Pirineos. Como la etapa Bayona-Luchón de 1926, cuando Buysse tardó 17 horas en alcanzar la meta y celebrar el triunfo tras 326 kilómetros y todo un día de barro y diluvio. Como el grito de Ocaña en Mente, en 1973, caído a rueda de Merckx y desesperado por su tragedia. Como el sacrificio de René Vietto, que pese a ser el líder fue obligado a esperar a Antonin Magne en el descenso del col de Hospitalet. Como el descubrimiento de Miguel Induráin entre Jaca y Val Louron, en 1991, cuando el navarro tiró a por su primer Tour en el descenso del Tourmalet...

Merckx fue la revelación. Ardía la montaña. El belga no cejó. Quería trascender. Le quedaban 60 kilómetros de llano. De soledad. Él contra todos. Llegó con tiempo de sobra para ducharse. El primer grupo entró a ocho minutos. Al día siguiente, el diario L'Equipe tituló así su editorial: «Merckxismo».

«Fue mi victoria más bella. El último día, en la meta de París, todo el mundo gritaba mi nombre. Era mi sueño. Y nunca más tuve una emoción igual». El 21 de julio de 1969, un hombre subió a la Luna. Neil Armtrong descendió las escaleras del «Apolo XI». Un día antes, en Francia, un dios bajó a la tierra. Eddy Merckx.

Fuente: diario El País

Por Manuel Aguirre (c) 2019







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