domingo, 8 de octubre de 2017

Abraham Olano


Hoy hace 22 años de esta victoria de Abraham Olano en los Campeonatos Mundiales de Ciclismo en Ruta, en Duitama (Colombia), una auténtica exhibición del equipo español.
Así lo contaba el diario El País:
"Miguel Induráin no ganó el Mundial. El mejor corredor del mundo no exigió lo que era suyo, lo que por derecho le pertenece. Induráin no ha recogido la promesa de la historia de convertirse en el primer ciclista español en ganar el Mundial. Miguel Induráin no cruzó el primero la meta, pero fue el campeón de la generosidad. El primero en levantar la mano después de cruzar la meta fue un compatriota suyo, su heredero natural, el guipuzcoano Abraham Olano, pero sólo Induráin, puede saber lo que le costó el gesto que facilitó el triunfo de un Olano protagonista del momento más emocionante quizás, de la historia del ciclismo mundial: Olano, con la rueda trasera pinchada, todo su peso sobre una goma que amenazaba con despegarse de la llanta -imposible frenar-, recorriendo los últimos kilómetros hacia la gloria, aguantando las acometidas de un terceto perseguidor -Pantani, Induráin, Gianetti- rabioso.
Ni siquiera pudo Olano levantar los dos brazos en triunfo. Levantó asustado la mano derecha. Con una rueda pinchada no había estabilidad para soltar los dos brazos del manillar. El Mundial más popular, aquel que el pueblo colombiano ha convertido en fiesta, dió lugar a la mayor gesta. Induráin soñaba con el Mundial, necesitaba que el maillot arcoiris refrendara su supremacía en el ciclismo mundial, anhelaba ese símbolo más todavía que la recuperación del récord de la hora. Y dejó que se le escapara todo por compañero.
Cuando Olano dio gas a su moto en el llano previo a la última subida, Induráin controlaba el ralo grupo en que el destrozo del Mundial había convertido al gran pelotón. Induráin era el más fuerte, le habría sido fácil coger la rueda de Olano, abortar la escapada que se veía triunfal desde el momento en que la exhalación Olano pasó a su lado. El guipuzcoano era su rival. En la vuelta decisiva todo el que ataca va a ganar. Los colores del maillot importarían poco a casi todos. Menos a Induráin. El navarro no arrancó detrás de Olano, no cargó con toda la camarilla de chuparruedas que le seguían. Aunque perdió el Mundial, hizo de gregario ideal, el mismo gesto que tantas veces ha hecho con sus compañeros del Banesto y que tantas veces ha sido criticado porque se decía que regalaba victorias menores. Así, cuando saltó Olano, Induráin le regaló el título. Hizo dudar a todos los rivales, obligó a todos a pararse sin que nadie se decidiera. La cizaña funcionó. Olano ganó la distancia necesaria para aguantar la última subida. A duras penas, pero una vez coronando con unos míseros segundos arriba sabía que el descenso era suyo, que sólo la desgracia le podría privar del arco iris. E Induráin también se sintió triunfador. Levantó el puño izquierdo con rabia, el gesto que suele hacer cundo gana una etapa. No sólo ganó Olano gracias a Induráin. Triunfó por el trabajo de otros 10 hombres. De Escartín, y Jiménez. De hombres con caras como cuchillos y piernas de hierro. Todo afilado. Sin un gramo de grasa. Para la épica daría tema el abulense José María Jiménez. Si no hubiera ganado un español, si Induráin no hubiera quedado segundo, toda la crónica se la ganaría el Chava de El Barraco. Y casi tanto el resto de seleccionados. Y los demás, que hicieron que la táctica funcionara con una precisión suiza. Que los italianos llevaran todo el peso en los momentos decisivos y que los suizos no se aprovecharan del trabajo ajeno. Cuando Induráin era un chaval gordo, casi como una mesa camilla, allá a principios de los 80, ganó el campeonato de España de aficionados. Entonces hubo quien dijo que si ese armario había ganado, cómo serían los otros. Vaya profeta el que dio tal lección de sabiduría ciclista. Menos de 10 años después, otro armario, Olano, empieza a hacerse ciclista por el lado más costoso del pelotón español: en el velódromo, desde donde entra en un equipo de esos que encarnaba la quintaesencia del pringue -el CHCS-, de esos que ni pagaban a los corredores, y ni siquiera corre mucho; como está gordo le dejan en casa. Pasa al Lotus, y más de lo mismo: Moreno es de los directores que dejan a la gente sin correr hasta que no está en forma, no es de los que dejan que se hagan y afinen en la carretera. Olano iba para sprinter de poca monta hasta que recaló en el Clas. Allí comenzó su proceso de afinamiento. Ahora, chupado como una colilla, rivaliza con Induráin, el hombre que le ha servido de espejo. Si no hubiera habido un Induráin abriendo la puerta a una nueva concepción del ciclismo, no habría habido un Olano."

Abraham Olano

Fuente: Diario "El País"

Por Manuel Pérez Aguirre




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