martes, 19 de noviembre de 2019

Miguel Indurain


"Miguel ganará el Tour antes que la Vuelta'.

La profecía (acertada: Miguel Indurain nunca ganó la Vuelta) la hizo Eusebio Unzue. Difícil de creer todavía aquel 1991 en que Indurain llegaba al Tour después de haber quedado segundo en la Vuelta tras Mauri.

Fue en 1986 cuando a Unzue se le escaparon las palabras históricas. En el Izoard. Miguel Indurain, un joven de 22 años demasiado grande para ser ciclista, acababa de remachar su triunfo en el Tour de la Comunidad Europea (denominación un par de años del veterano Tour del Porvenir) con un soberbio acto de afirmación en el legendario puerto alpino. 'Solté la frase', cuenta Unzue 15 años después, 'porque vi que Miguel que tenía la vitola de gran contrarrelojista y sólo bueno en la media montaña asimilaba a la perfección la alta montaña, la montaña del Tour'.

La profecía marcó desde entonces el camino de Miguel Indurain. O no. O simplemente confirmó lo que la naturaleza ya sabía. 'Miguel fue un predestinado', dice José Miguel Echávarri, el otro navarro a quien con Unzue, el destino señaló para llevar a Indurain hasta el Tour.

El primer Tour de Indurain llegó cinco años más tarde, cuando España era aún Perico, Perico, Perico y, aunque ahora suene raro, pocos estaban en el secreto de que el navarro moreno de ojos negros, tallado en la roca, gigante de 1,88 metros y 80 kilos, era de verdad el hombre Tour.

'Claro que era el hombre Tour', continúa Unzue. 'Y claro que el 91 debía ser su año, aunque ahora haya gente que piense que en el 90 ya debimos hacer el relevo. Pero 1991 era el año. Era inevitable'.

Indurain ya había corrido seis Tours antes de 1991. 'Años en los que corría, observaba y anotaba', dice Echávarri. Años en los que acumuló experiencia, en los que conoció todos los puertos, todos los trucos, todas las claves del Tour. 'Poco más podíamos enseñarle', dice Unzue. 'Miguel, en 1991, sudaba Tour. Le marcó el Tour del Porvenir de 1985, donde empezó a construir sus sueños; y los hizo realidad en el Tourmalet. Es la progresión más lógica, y espectacular, de la historia del ciclismo'.

Indurain ya había corrido seis Tours y en cada uno de ellos había mostrado un detalle. Pero fue a partir de 1988 cuando más que detalles eran notas de alto ciclismo las que pulsaba el gigante navarro.

'Yo no le vi llegar', dice Perico delgado, el gran amor de la afición española. 'Yo le vi aterrizar directamente a un nivel medio-alto. Ya me fije en él, que quedó segundo en el prólogo de la Vuelta del 85, y vi en él un rodador grandote, nada más, el tipo que le gustaba a Eusebio por aquellos tiempos. De hecho, hasta que no volví al Reynolds y le vi de cerca no le vi en realidad'.

Perico Delgado, el hombre al que relevó, se convenció pronto de que Indurain era de verdad algo grande. Fuen en 1998, el año de su Tour. 'Fue todo el Tour, un trabajo único. Pero fue, sobre todo, la etapa de Luz Ardiden, la que ganó Cubino. Miguel estaba entonces en el segundo nivel, la gente que no trabaja en los primeros puertos, pero tampoco en los últimos. Le tocaba hacer el Peyresourde, un puerto que no está mal. En teoría debía marcar un tren bueno, pero tampoco muy rápido. Para controlar a los fugados en la distancia y para castigar un poco a los del grupo. Y hacerlo sólo unos cuantos kilómetros. Pues bien, Miguel se puso a tirar, uno, cinco, diez kilómetros, con esa marcha suya; y no sólo cogió a los escapados, sino que los alcanzó y los dejó tirados; y además, el grupo en que íbamos, que éramos unos 40 lo dejó en 10 y hechos polvo. Aquel día me demostró, nos demostró, se demostró, que tenía una capacidad escaladora que se adaptaba muy bien al Tour'.

La evolución no se paró nunca. A Indurain ya le tocaba ganar. Llegó 1989. Otro detalle-exhibición. También, claro, en la montaña. Fue una cabalga a lo Virenque, sí, a lo Virenque. 80 kilómetros en solitario y ganado en Cauterets. Se acuerda muy bien, es imborrable, Eusebio Unzue. 'Saltó ya muy cerca de la cima de Marie Blanque y se lanzó en el descenso, y luego, solo, se hizo el Aubisque y Bordères hasta llegar a Cauterets, la cima de Cambasque. Y ganó. Este Miguel es el que nos robó luego el amarillo del Tour, al que no se le volvió a ver hasta la etapa de Lieja del 95, un Miguel al ataque, agresivo, como a él le gustaba ser. Pero también sabía que para ganar el Tour había que usar la cabeza. Y la usó'.

Perico Delgado también se acuerda de aquel día, de aquel Tour. 'Fue el Tour de Luxemburgo, de los 2.40 de retraso en el prólogo y la necesidad de ganar tiempo todos los días. Aquella etapa se lanzó Indurain en el descenso y no volvimos a verlo. Poco después se fue Fede Etxabe, y le dijimos desde el grupo que si estaba loco, que Miguel bajaba muy bien, que no le iba a coger. Poco después le pasamos a Fede. estaba parado en una cuneta, pálido. No llegó a caerse, pero bordeó el precipicio. Tanto arriesgó para intentar cazar a Miguel. Luego, en el último puerto, cuando vi que no ponía en peligro la victoria, salté yo, y saqué casi medio minuto a LeMond y Fignon'.

Indurain crecía a la sombra de Perico. 'Fue su gran suerte', dice Unzue. ''Nunca fue protagonista porque por encima estaba el mito Perico. El anonimato le protegió. Y estar sin presión en un equipo con Arroyo, Gorospe, Perico...'

Creció tanto que hubo dudas en 1990, después de aquel Tour. ¿Perico o Indurain? ¿Quién debería haber sido el líder del Banesto? Algunos se lo preguntaron justamente después de la etapa de Alpe d'Huez. Aquel Tour Perico lo terminó cuarto a cinco minutos de LeMond e Indurain décimo a 12 minutos. 'Y 10 minutos', recuerda Unzue, 'los perdió en la etapa de Alpe d'Huez. Los perdió después de hacer lo mejor que le habíamos visto hacer nunca en Francia. Fueron sólo 20 kilómetros. Qué 20 kilómetros. Miguel iba con un grupo de fugados desde el comienzo, el larguísimo Madeleine y el Glandon, y la bajada por la Croix de Fer. Acababan de bajar el último puerto y ya tenían encima al grupo de los favoritos. Era un repecho de cerca de un kilómetro. Allí saltó Perico y enlazó con el grupo de Miguel. Faltaban 20 kilómetros para el pie de Alpe d'Huez. Miguel tiró de Perico esos 20 kilómetros y le dejó en el último puerto con 2.30 sobre LeMond y su grupo. Desgraciadamente Perico no pudo rematar'.

Aquel día, aquellos 20 kilómetros, fueron fundamentales. 'Aquel día Miguel confirmó lo que todos pensábamos. Aquel día, Miguel se dio cuenta de que el Tour estaba en sus piernas', dice Unzue.

'Aquel día', recuerda Delgado, 'yo estaba con gastroenteritis, aquel Tour no pude hacer nada. Pero aquellos días hablaba bastante con Miguel. Él me decía que temía a la montaña, pero que veía que la superaba; pero lo que más temía, me decía, eran las tres semanas. 'Yo soy un corredor de una semana, a lo sumo de dos, pero con tres semanas no puedo', me decía. Y aquel 1990 hizo lo de Alpe d'Huez. Y luego en los Pirineos le ganó un mano a mano en Luz Ardiden al mismísimo Greg LeMond. Ya, definitivamente, perdió el miedo a la tercera semana'.

Llegó 1991. La gran fortuna del Banesto. La llegada de Indurain era inapelable. ¿Y el declive de Perico? ¿Cómo podrían convivir los dos en el equipo? ¿Quién sería el líder? 'Teníamos que nadar y guardar la ropa', dice Unzue. 'teníamos que gestionar el declive del mito Perico. En 1990 no había duda: el líder era Perico, pero en 1991 salimos con las dos cartas. había que seguir tratando a Perico, no lo podíamos enterrar. El relevo no podíamos hacerlo de antemano. Y tampoco podíamos decir de antemano que Miguel era líder y cargarle de presión: no, hasta que no estuviera de amarillo, la presión la cargaría Perico. Decidimos que fuera la carretera la que decidiera, pero nosotros en la cabeza ya lo teníamos hecho'.

La carretera, el Tourmalet, decidió a favor de Indurain. El gran relevo del deporte español, el momento más temido, la sucesión en un trono, un asunto que tantas veces se resuelve en golpe de estado sangriento, o en incomprensión histórica, se hizo de la manera más suave e incruenta. Como si la llegada de Indurain fuera un designio histórico, una necesidad.

'La llegada de Miguel fue un bálsamo. En 1991 yo llevaba un año muy malo', recuerda Delgado. 'Me habían hecho competir mucho, el Giro y no sé cuántas carreras más, siguiendo la moda de LeMond y Fignon. Pero ellos, el americano y el francés, lo hacían porque se entrenaban poco. Y yo era al revés: me gustaba coger la forma entrenándome y no compitiendo. Así que ese Tour nunca fui cómodo'.

Primero fue Jaca. El 19 de julio el Tour hacía etapa en la ciudad aragonesa. España entera esperaba una exhibición del periquismo. Pero nada. Protagonizaron la jornada actores secundarios franceses y suizos. Los del Banesto no se movieron. Fue el primer síntoma del cambio pero pocos lo supieron interpretar: llegaba la montaña, se llegaba a españa y no se armaba espectáculo para la afición española que llenaba las cunetas. Traición. 'La consigna era clara: teníamos que estar relajaditos y atentos a que no se fuera nadie importante, pero, sobre todo, ahorradores, no gastar muchas fuerzas, que al día siguiente tocaba etapón. Nos llovieron los palos'.

'La gente se volvió loca porque habíamos ido con calma', dice Unzue. 'No entendían que no hubiera espectáculo para españa y no estuviéramos en la escapada. Fue uno de los días difíciles de perico. Y fue uno de los más tristes de mi vida. Por la incomprensión'.

13ª etapa. 20 de julio. Jaca-Val Louron, 232 kilómetros. El etapón que terminó con Miguel Indurain de amarillo. 'Fue una etapa de selección natural. Una etapa de espera. Tanta montaña que no hacía falta atacar', cuenta Unzue. 'La salida de España fue muy tranquila, por el Portalet; el Aubisque se subió a ritmo, y el Tourmalet, sin ataques de nadie, puso a cada uno en su sitio. Hizo una radiografía de toda la carrera, de toda la historia. Se hizo una pequeña selección, con siete u ocho arriba. LeMond y Fignon se quedaron. También Perico. Una vez coronado, arrancó Chiappucci, y con él se fue Miguel. El Tourmalet fue testigo del relevo. Yo iba con el coche por delante, con Miguel. Imposible seguirle en el descenso. hasta perdimos una bici que se nos saltó de la baca en una curva violenta. Allí la dejamos. Bajaban a 100. Por la radio hablaba con José Miguel, que iba detrás de Perico y me pedía que le contara lo de Chiappucci y Miguel'.

Fue duro para Perico. 'Pero no tanto', dice Delgado. 'La consigna era atacar, empezando por gente como Gorospe. Y nada más empezar el Tourmalet se me fue la fuerza y no aguanté nada. Se me vino el mundo encima. Toda la gente esperando a Perico y Perico, allá atrás. Ya subiendo Val Louron me enteré de que Miguel se había puesto de amarillo. Eso fue lo mejor que me podía pasar. Yo estaba desanimado y deprimido, pensando que quizás ya llegaba mi fin, pero trabajar para Miguel fue un aliciente para mí. Desde entonces disfruté con el ciclismo. Hice un ciclismo más relajado. Miguel me había salvado. A partir de ahí me agarré al maillot amarillo de Miguel. La prensa me ayudó, me dio un papel único en vez de machcarme: me convertí en el gregario de lujo'.

Miguel Indurain se vistió de amarillo y ganó el Tour. Luego llegarían cuatro más y la historia se transformó. Tanto que ya apenas se recuerda al Indurain anterior a su primer amarillo.

'Yo siempre lo dije', recuerda Delgado. 'Si Miguel cogía el maillot jaune no lo perdería. Le daba serenidad el amarillo. Era diferente a todos, le daba distancia, era su grandeza'.

'Es el corredor que mejor ha aguantado el jaune', explica Unzue. 'Sencillamente porque Miguel nunca cambió. Estaba igual con el maillot burdeos de la Vuelta a Rioja que con el amarillo del Tour'.

Fuente: diario El País

Por Manuel Aguirre (c) 2019






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