domingo, 7 de julio de 2019

Tom Simpson


"Si hacen falta diez para matarte, tomaré nueve y ganaré"

En el primer Tour que corrió Tom Simpson acabó en la vigesimonovena posición, un debut nada desdeñable para un novato. No tardaron en llegar algunas victorias en grandes premios e incluso alguna clásica como el Tour de Flandes, demostrando que era un corredor con buenas capacidades; era una época en que entrar en el ciclismo profesional continental era si cabe tan difícil o más que en la actualidad. La segunda vez que corrió la ronda francesa consiguió el raro honor de llevar el amarillo, aunque fuera por un día. Aquella edición acabó sexto. Ambos fueron logros que los ciclistas británicos tardarían en repetir. La primavera siguiente llegó un espectacular triunfo en la Milán-San Remo. Sin duda Simpson tenía el físico para competir por la victoria en las clásicas de un día. Sin embargo los ganadores de las grandes vueltas están hechos de una pasta especial, y muy a su pesar, Tom Simpson no era uno de ellos. Por lo demás todos sabían que las grandes leyendas del ciclismo han de forjarse tarde o temprano en una carrera como el Tour. Para su desgracia, la ambición de Simpson le llevaba más lejos de lo que podían llevarle sus piernas. Pero aquel día en que vistió de amarillo algo cambió en su interior.

13 de julio, 1967, etapa de montaña entre Marsella y Carpentras, con el gran Ventoux como punto fuerte del día. Es un día caluroso, muy caluroso, de esos en que el asfalto lucha por fundirse con los neumáticos de las bicis y los pulmones se vuelven algodón. Un clima idóneo para un 'caféraid', una práctica ya desterrada, consistente en el asalto por parte de los ciclistas del primer bar o cafetería que tuvieran a mano para hacerse con todo el líquido que pudieran guardar en sus uniformes; en aquellos tiempos solo podían repostar en los puntos de avituallamiento, no había entrega de bidones durante la carrera, así que cuando la sed apretaba los corredores simplemente se convertían en modernos vikingos que desvalijaban bares en vez de monasterios. Por supuesto, cualquier líquido valía, y no siempre se trataba de agua o refrescos, el alcohol también podía servir si era lo que estaba más cerca de la puerta.

Séptimo en la general, Simpson tenía aquel día marcado en rojo en su calendario. La gloria habría de forjarse en el Ventoux, para ser solidificada en la meta. Poulidor y Jiménez marchaban escapados, y el británico se encontraba en el grupo perseguidor. Conforme los kilómetros de subida empezaban a quedar atrás, el pedaleo de Simpson comenzó a hacerse más errático. Su ritmo disminuía mientras era sobrepasado por más y más corredores. Cuando comenzó a dar tumbos de un lado a otro de la carretera fue la señal de que estaba totalmente reventado. A punto estuvo de dirigirse al precipicio que bordeaba el recorrido, pero en el último momento cambió la dirección para irse a la otra cuneta, adentrándose en una zona de gravilla, donde cayó como un tronco. Uno de sus mecánicos fue a asistirle para ayudarle con los calapiés y sacarle de la bici, pero el ciclista no dejaba de mascullar que le subieran de nuevo al sillín. Tras incorporarse como pudo, montó de nuevo y empezó a pedalear, pero apenas recorridos unos cuantos metros volvió a zigzaguear, totalmente hundido sobre el manillar. Su director deportivo paró el coche y entre varios acudieron a socorrerle. Le tumbaron en una cuneta, aferrado todavía al manillar y con las piernas pedaleando en un acto reflejo. Para entonces Simpson ya estaba inconsciente. Le movieron brazos y piernas, le refrescaron con toallas húmedas, y cuando por fin llegó el servicio médico le practicaron masajes cardíacos y respiración boca a boca. Por una vez la horrorizada audiencia televisiva ya no estaba preocupada por quién iba en cabeza. Cuando llegó un helicóptero para trasladarle a un hospital, el corredor ya había fallecido. Una combinación fatal de calor, sobreesfuerzo, anfetaminas y alcohol le había reventado el corazón. Su mecánico apuntillaría: "El estimulante que mató a Tom Simpson se llamaba Tom Simpson". Tras aquella increíble tragedia la organización del Tour introdujo los primeros controles antidopaje.

Foto de 1965.

Por Manuel Aguirre (c) 2019

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Tom Simpson



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