martes, 20 de agosto de 2019

Mujeres en el Tour


Crónica del diario El País del 16 julio 1991.

"En el Tour sueño con mi mujer todas las noches, sin excepción". La afirmación del holandés Theunisse ilumina uno de los más sacrificados aspectos del ciclismo, el de la continencia sexual, tópico que otros deportes ya espantan. El ciclismo, por su liturgia, más próxima al sobreesfuerzo y al linimento que a la frivolidad y al divismo, encaja mal el componente femenino. Cada uno lo lleva como puede."Demasiada cabra [bicicleta, en el argot ciclista] y poco cariño. Eso no puede ser bueno" opina Eduardo Chozas. La temporada del corredor es un retiro monacal en el que cualquier gasto de energía es medido al milímetro. Si Theunisse, que se pasó un año en casa sin competir por doping, sueña con su mujer, ¿qué pasará con el resto del pelotón?

Marino Lejarreta y Eduardo Chozas, por ejemplo, han participado este año en las tres pruebas grandes (Vuelta, Giro y Tour), de las que ya suman 50 entre los dos (unos 87.000 kilómetros cada uno). En los últimos cuatro meses, sólo han pisado su casa ocho días salteados. Lejarreta es soltero, pero Chozas lleva diez años casado y tiene tres hijos. "Nunca te acostumbras. Se hace interminable. Somos seres humanos, no monjes, y sentimos las mismas necesidades que cualquier otro. Pero el decorado de este deporte no da pie a la presencia femenina, y al final acabas por habituarte a todo", comenta, con lucidez, Chozas.

La estética ciclista ofrece poco margen al erotismo fácil o al exhibicionismo. La ropa ceñida, el lomo doblado, las piernas depiladas y deformadas, el rostro desfigurado durante el esfuerzo, los kilos perdidos en la carretera y las horas de masaje y linimento en apartados hoteles son elementos que limitan este deporte al ámbito de lo masculino, de lo rudo, del sacrificio descomunal. La mujer es, por lo tanto, un elemento extraño, mal visto, incompatible con hombres que necesitan recuperar durante la noche los seis kilos perdidos durante el día. .

Cierto poso de machismo y desprecio hacia lo femenino puede apreciarse también en el aspecto deportivo. El Tour femenino, que se disputa al mismo tiempo que el masculino, aunque sobre trazados mucho más cortos, ha requerido del paso de los años para ser tomada con una mínima seriedad. En 1983, el gran campeón francés Jacques Anquetil recibió en las páginas de L'Equipe la curiosa demanda de un aficionado. "¿Es cierto que algunas ciclistas pueden llegar a sentir placer sobre el sillín de la bicicleta?" La respuesta fue la siguiente: "Desconozco si algo así es posible, pero he oído hablar de una que tuvo 12 orgasmos en un etapa". La anécdota, al margen de suscitar airadas reacciones, define el código moral de este deporte.

Con machismo o sin él, la cuestión sexual sigue siendo un tabú entre los equipos profesionales. "El 80% de los corredores sigue pensando que mantener relaciones sexuales durante una prueba por etapas es perjudicial. Los directores deportivos también ven a las mujeres como un estorbo. Yo no estoy de acuerdo. Siempre he pensado que el sexo es positivo y, desde que un médico me lo confirmó, soy partidario de ello", afirma Chozas.

El corredor del equipo ONCE confesó que durante la Vuelta España mantiene relaciones sexuales con su mujer cuando ésta acude a visitarlo, lo que produce un efecto muy beneficioso en él: "A veces necesitas estímulos de ese tipo para superar el estrés, el cansancio o la depresión que te produce un mal día. Estar con tu mujer te relaja, te libera y te oxigena. No hay nada malo en ello, siempre y cuando no se abuse, como en todo".

Melchor Mauri, cinco años casado, reserva su opinión sobre el tema, pero reconoce que estar sin su mujer es "un sacrifico muy grande al que no te acostumbras nunca".

No deben opinar lo mismo el francés Laurent Fignon y el estadounidense Greg LeMond, quienes sí pueden disfrutar de la presencia de sus mujeres durante el Tour. No es extraño ver a Fignon y a su mujer, Nathalle, en la salida de alguna etapa besándose en el interior de un coche. Kathy, la mujer de LeMond, también acompaña al ciclista en las pruebas que éste disputa. Con ella van losffijos del matrimonio: Scott, Simone y Geoffrey.

Kathy ocupa hoteles distintos a los de su esposo, pero suele estar en las metas o en las salidas. "Sé que mi presencia no sienta muy bien entre los responsables del equipo, porque éste es un medio muy misógino, pero Greg tiene necesidad de sentirme cerca".

Una convicción asalta al observador en cuanto viaja unos días con la caravana del Tour. Mientras en deportes como el fútbol o el baloncesto, legiones de admiradoras esperan a los ídolos en las salidas de los estadios o en los alrededores de los hoteles, pocas se atreven a asaltar a un ciclista cuando llega a la meta torcido de dolor y con la boca llena de saliva pegajosa tras el esfuerzo.

Mientras tanto, en Vic, la esposa de Melchor Mauri mantiene en un cajón, contra su voluntad, el rotulador rojo con el que señala los días que su marido está en casa. Antes marcaba los que pasaba lejos del hogar, pero se cansó de emborronar el calendario.

La sociedad machista que rodeaba el Tour en los años 60, en el que las mujeres, al margen de ser azafatas o cantantes, tenían prohibido acreditarse, por supuesto de periodista (en 1978 está constatada la primera alta de prensa a una mujer), solo permitió la presencia de Janine Anquetil, que aparte de ser la esposa que seguía a todas partes al marido, ejercía de relaciones públicas y agente del corredor. Quien quisiera el apoyo publicitario de ‘Maître Jacques’ debía hablar con Janine.

Los besos continuaron en el Tour de 1973, el de la gran victoria de Luis Ocaña. También fueron besos en la clandestinidad de la habitación donde todos los días, por expreso deseo del corredor ya vestido de amarillo, se colaba su mujer Josiane, la misma con la que se había casado un día de Nochebuena. El cura no quería oficiar la ceremonia porque el día antes de Navidad no era para casarse. Sin embargo, ante la amenaza del ciclista que o los casaba o se acostaban igual, el sacerdote cedió y ofició la misa.

Josiane entraba de escondidas, a espaldas del director del Bic, e incluso se las ingenió para conseguir una acreditación que no le correspondía. Hasta que fue descubierta, aunque el jersey amarillo del ciclista le permitó que la cosa no fuera a más.

Miguel Induráin corrió buena parte de sus Tours enamorado de Marisa, su mujer y madre de sus tres hijos. Marisa siempre fue muy discreta y cuando viajaba lo hacía con permiso y acompañada de los directores del Banesto, José Miguel Echávarri y Eusebio Unzué, o del relaciones públicas de la escuadra, Francis Lafargue. En otras ocasiones iba con Sabino Padilla, el médico del conjunto bancario. En los años 90 ya era habitual que las mujeres o novias de los ciclistas los siguieran, a veces en caravanas y en otras ocasiones buscando un hotel cercano al del equipo. La jornada de descanso era un día de reposo familiar y hasta los niños correteaban por los salones o jardines del establecimiento hotelero en el que dormía su padre.

Fuente: Diario El País

Por Manuel Aguirre (c) 2019


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